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Aquella tarde fueron al campamento de los sirios, pero no había nadie allí, porque el Señor había hecho que el ejército sirio oyera el sonido de muchos carros que corrían a gran velocidad y el estruendo del galope de caballos y el sonido de un gran ejército que se aproximaba. «El rey de Israel ha pagado a los hititas y a los egipcios para que nos ataquen», habían gritado, y llenos de pánico habían huido en medio de la noche, abandonando tiendas, caballos, burros y todo lo demás.

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